Bar La Oficina 03/10/1997
Mucha gente mayor se acordará del señor José, montañés santanderino, con buen corazón y gran persona. En la última esquina de la calle Garcia Cabrelles regentaba una taberna llamada "La Oficina". Yo lo recuerdo detrás del mostrador con una toalla rodeada al cuello a manera de bufanda. No crean que se la colocaba para resguardarse del frio, la toalla le servía para limpiar el mostrador, y espantar a las moscas. Hay que tener en cuenta que "La Oficina" eataba cerca de los puestos del Rastro, y ya se imaginan la de moscas y moscones de dos patas que se juntaban en el mercado de frutas y verduras, frescas por las mañanas y podridas al mediodía. La taberna era mas bién pequeña, daba a García Cabrelles y a la explanada del Rastro. Tenía varios barriles detrás del mostrador y creo recordar que existían un par de mesas con armazón de hierro y tablero de marmol redondo dentro del local. A mi me gusta recordar los hechos curiosos que han existido en mi ciudad. Hechos que al correr del tiempo se difuminan por la poca importancia que se le dió cuando ocurrieron. Cuando en la actualidad observas algo parecido a aquéllos, de golpe te viene a la memoria y lo pasas en tu mente como una película, sacando pedacito a pedacito todo lo que veías en aquellos años. Melilla siempre se ha destacado por su gastronomía y especialmente por el tapeo de sus bares y restaurantes, bién, pues nuestro señor José tenía una tapa única y sola. Le pedías una consumición cualquiera, y con su seriedad caracteristica, mas bién parecía un juez dictando sentencia, contestaba: ".. marchando una de aceituna". Y decía la verdad, te ponía una aceituna en un platillo marrón, pero como lo mirases un poco raro como no entendiendo si era broma o no lo de la aceituna no te servia ni una copa mas. Con todos los respetos te recomendaba salir a la calle.
Estas anécdotas puede que a algunas personas le suenen a chino, y lo comprendo porque no conocieron al señor José, el de "La Oficina", ni tampoco conocieron la fiebre del atletismo, rama de arterofilia, que hubo en Melilla hace casi cuarenta años. En aquellos tiempos muchos de los que hoy pasamos de la cincuentena se nos podía ver algunas tardes después de las cinco a la salida del colegio y despachar el bocadillo de aceite y azucar, casi a escondidas, urgando en las vias del tren de la C.E.M., recoger piedras de carbón caidas de los vagones y guardadas en latas de atún o de frutas vacías para mezclarlas con cemento, y con una barra de hierro poder hacer unas pesas para practicar ese noble deporte que pone los músculos al descubierto y las venas y arterias parecen que van a estallar en cualquier momento. Pero no crean que éramos unos mozalbetes, eramos unos meones de ocho a doce años que queríamos hacer lo que veíamos a muchos mayores en los pocos gimnasios que existían en la ciudad. Claro está que la recogida de mineral en la vias era castigado por nuestros padres con la severidad que se merecía. Nos decían que todas esas piedras tan pesadas eran propiedad de la C.E.M., y era un robo que podía ser castigado si nos pillaban los guardas. Yo siempre pensé que eran unos pedruscos que pesaban muchísimo y que lo ibamos a pasar estupendamente subiendo y bajandolas al son de nuestras respiraciones, aunque la pesa derecha pesara mas que la izquierda de la misma barra. Como comprenderan no ibamos, unos niños, a pesar unas latas rellenas de piedras en ninguna tienda o almacén.
Debo aclarar que ésta fiebre de la gimnasia como todas las calenturas del cuerpo se curan con medicamentos adecuados. El medicamento que me administraron fue tan radical que se me borraron de la mente todos los deseos de practicar la arterofilia. Mi padre, al margen de las lógicas reprimendas y hacer desaparecer el mineral, me presentó a un señor que decía ser jefe de los trenes que traían las piedras coloradas de Segangan, y también para meterme mas miedo en el cuerpo comentó que a todo el que cogían recogiendo piedras coloradas se los llevaban a los calabozos que tenían en las oficinas de la compañía. No veas qué castigo; la noticia corrió como el agua en una torrentera entre mis amigos. Algunos hicieron que las pesas desaparecieran como por arte de magia, y otros decían que ellos no babían pisado la via jamás, los muy cagones. Hasta bien entrado en la pubertad tenía la convicción de que en las oficinas del Hipódromo existían unos calabozos para encerrar a todo aquél que osaba robarle unas piedras a la compañía. Así que cualquiera hacía pesas con lo sisado en las vias, ni soñando lo volveria a hacer. Yo creo que Dios protege a la inocencia de los niños mas que otra cosa. Cuando ya había olvidado aquella inocencia y vestía el traje caqui le pregunté a mi padre qué había sido de aquél amigo que tan fraternalmente me aconsejó sobre el mineral recogido en las vias. Se atusó un poco el bigote y la sonrisa se le escapaba por debajo de la mano, contestandome que aquél señor era un compañero suyo, o sea, funcionario del Ayuntamiento, y no había pertenecido jamás a la compañía de minas.
Mi sonrisa actual es interna pero espero que si algunos de ustedes recogió mineral de las vias para hacer pesas de arterofilia lo haga abiertamente. Esa sonrisa es mi deseo. Reciban un saludo.
Juan Aranda
Estas anécdotas puede que a algunas personas le suenen a chino, y lo comprendo porque no conocieron al señor José, el de "La Oficina", ni tampoco conocieron la fiebre del atletismo, rama de arterofilia, que hubo en Melilla hace casi cuarenta años. En aquellos tiempos muchos de los que hoy pasamos de la cincuentena se nos podía ver algunas tardes después de las cinco a la salida del colegio y despachar el bocadillo de aceite y azucar, casi a escondidas, urgando en las vias del tren de la C.E.M., recoger piedras de carbón caidas de los vagones y guardadas en latas de atún o de frutas vacías para mezclarlas con cemento, y con una barra de hierro poder hacer unas pesas para practicar ese noble deporte que pone los músculos al descubierto y las venas y arterias parecen que van a estallar en cualquier momento. Pero no crean que éramos unos mozalbetes, eramos unos meones de ocho a doce años que queríamos hacer lo que veíamos a muchos mayores en los pocos gimnasios que existían en la ciudad. Claro está que la recogida de mineral en la vias era castigado por nuestros padres con la severidad que se merecía. Nos decían que todas esas piedras tan pesadas eran propiedad de la C.E.M., y era un robo que podía ser castigado si nos pillaban los guardas. Yo siempre pensé que eran unos pedruscos que pesaban muchísimo y que lo ibamos a pasar estupendamente subiendo y bajandolas al son de nuestras respiraciones, aunque la pesa derecha pesara mas que la izquierda de la misma barra. Como comprenderan no ibamos, unos niños, a pesar unas latas rellenas de piedras en ninguna tienda o almacén.
Debo aclarar que ésta fiebre de la gimnasia como todas las calenturas del cuerpo se curan con medicamentos adecuados. El medicamento que me administraron fue tan radical que se me borraron de la mente todos los deseos de practicar la arterofilia. Mi padre, al margen de las lógicas reprimendas y hacer desaparecer el mineral, me presentó a un señor que decía ser jefe de los trenes que traían las piedras coloradas de Segangan, y también para meterme mas miedo en el cuerpo comentó que a todo el que cogían recogiendo piedras coloradas se los llevaban a los calabozos que tenían en las oficinas de la compañía. No veas qué castigo; la noticia corrió como el agua en una torrentera entre mis amigos. Algunos hicieron que las pesas desaparecieran como por arte de magia, y otros decían que ellos no babían pisado la via jamás, los muy cagones. Hasta bien entrado en la pubertad tenía la convicción de que en las oficinas del Hipódromo existían unos calabozos para encerrar a todo aquél que osaba robarle unas piedras a la compañía. Así que cualquiera hacía pesas con lo sisado en las vias, ni soñando lo volveria a hacer. Yo creo que Dios protege a la inocencia de los niños mas que otra cosa. Cuando ya había olvidado aquella inocencia y vestía el traje caqui le pregunté a mi padre qué había sido de aquél amigo que tan fraternalmente me aconsejó sobre el mineral recogido en las vias. Se atusó un poco el bigote y la sonrisa se le escapaba por debajo de la mano, contestandome que aquél señor era un compañero suyo, o sea, funcionario del Ayuntamiento, y no había pertenecido jamás a la compañía de minas.
Mi sonrisa actual es interna pero espero que si algunos de ustedes recogió mineral de las vias para hacer pesas de arterofilia lo haga abiertamente. Esa sonrisa es mi deseo. Reciban un saludo.
Juan Aranda
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