miércoles, enero 04, 2006

El viejo del mondadientes 19/05/1998



Algunos de ustedes recordaran a un señor mayor, con su sempiterno mondadientes en la boca, a veces llevaba una ramita de hierbabuena, que siempre íba montado en un  pequeño carro tirado por un borriquillo que tenía los atributos mas grandes que los del caballo de Espartero, como dice un  castizo refrán, al menos eso era lo que comentaba la gente del burro de Valero, y que muchos niños de aquella época lo podríamos afirmar, pareciendo a veces que tenía cinco patas. Era un señor que siempre llevaba su carrito, lo pongo en diminutivo porque era un poco mas grande que los de juguetes para los niños, lleno de paquetes postales desde Correos hasta muchos de los almacenes y tiendas de Melilla. Vivía en la calle Castellón de la Plana y a su borrico lo encerraba en una cuadra habilitada junto a su vivienda, a pocos metros de una de las dos entradas del refugio que supongo existirá aún en la misma calle. No creo que ése refugio haya desaparecido porque si es así han tenido que meter varias toneladas de tierra, mas bien creo que  han tapado las dos entradas  Para la chiquillería del barrio era un espectáculo ver al animal rebuznando cada vez que pasaba alguna burra cerca de él, como la del señor que vendía chumbos máuros  con muchas espinas y sin lavar por las calles, o la del Pistolero, otro señor que hacía portes pero con un carro mas grande que el de Valero. "Niño ten vergüenza que esas cosas no se miran". Como si observar a un animal en celo era cosa de tener o no vergüenza. Quety, la señora que alquilaba tebeos y novelas de Marcial Lafuente Estefanía y Corín Tellado, lo decía con  su cara de póker y toda la guasa del  mundo. Con su vejiga de marrano húmeda e inflada que parecía un pequeño  globo, acostumbraba a desinflar ésta con un ritmo que parecía que se desahogaba ventoseando ruidosamente. Yo nunca la vi reír, y el caso es que todo el mundo se reía  con ella, como los hermanos Chevalier, vecinos de la misma calle, que cada vez que había toros o algún espectáculo  en Melilla, el mayor cogía su megáfono metálico mas grande que él y a pleno pulmón, no como los que se ven ahora en las manifestaciones, eléctricos, pequeños y con micrófonos, anunciaba el espectáculo desde lo alto de una camioneta. Les decían Chevalier porque uno de ellos imitaba al gran Maurice Chevalier. Cuando la hembra del burro, dejaba atrás la fuente del cementerio y los eucaliptos,  le tiraba los tejos, el pobre animal, lo pongo en cursiva por decir algo, porque de pobre nada de nada, le lanzaba  los piropos mas rebuznables (léase amorosos) que se podían escuchar,  llegando su descomunal miembro reproductor a arrastrarlo por el suelo, y no es broma. Ya se imaginan el asombro y cachondeo de toda la gente que pasaba cerca del animal, verlo en ese estado de excitación sexual. El señor Valero, que era un poco sordo apenas su mujer, la señora Margot, le decía que el burro estaba en ese estado y con los niños cerca del animal, salía con un cubo lleno de agua y sin mediar palabra se lo vaciaba de un tirón en toda la zona afectada e hinchada. A veces nos decía con mal genio: " .. el circo Ruzafa está al lado de Correos, éste se ha cerrado". Y llevaba razón, ése circo lo montaban donde hoy está el hotel Ánfora y antiguamente el  Fuerte de San Carlos.
Aquello era trágico para el pobre animal, y esta vez lo digo sin cursiva porque no me digan ustedes que en plena crisis emocional  de enamoramiento y dispuesto a hacer feliz a la borrica dama viene Valero con  su cubo y su sordera y ¡zas!, agua que te crió en todo el mogollón  erógeno. El rocín agachaba las orejas y escondiendo su asustado miembro por el remojón,  parecía que lloraba de rabia, y no era para menos. Desde esos momentos terminaba el espectáculo y a esperar otro día que durase mas. A veces nos avisábamos apenas avistábamos una burra en los alrededores, sabíamos que había cachondeo gratis durante un buen rato. No sé si sería morbo o curiosidad infantil, mas bien creo que era ésto último, aunque algunos mayores si que se salían de madre llegando incluso a fotografiar la escena del burro en celo.
En ésa calle de Castellón, como en casi todas las de Melilla, en los días en que la ciudad recibe al frío invierno con vientos que te azotan la cara, al caer la tarde, muchas mujeres ponían el brasero en las puertas de sus casas, con su cisco y algunas maderas impregnadas en petróleo para que todo el carbón se hiciera ascuas y  así poder  calentar los hogares perfumandolos con las cascaras de naranjas quemadas. Entonces solo había ésa  forma insana de calentar la casa, las estufas, radiadores y los palitos de sándalos de las tiendas de los indios vinieron después. Recuerdo que había un niño al que  no le asustaba ni el frío ni la oscuridad, era tan travieso  que toda su energía la empleaba, entre otras cosas, en reírse de todo  y en buscar excrementos secos de perros y gatos para echarlos encima de los braseros. Había otro que no le andaba a la zaga meandose en los braseros ya preparados y apagándolos. " ¡... Digo, si se ha apagado la lumbre! ", " Que no, que ha sido el niño de Mariquita quien se ha meado en tu brasero, el muy sinvergüenza". No me digan que no es una gamberrada el hacer reponer de carbón la sartén-paellera-medio cubo-brasero, cualquiera de éstas cosas servían, porque a unos niños se les ocurría mearse y recoger toda clase de cacas perrunas y gatunas y quemarlas en la copa de la señora regañona, con razón, de la esquina. Esta señora salía liada en su toquilla, con mas frío que un perro chico, y nada mas entrar en su casa con el calorcillo humeante y apestoso, la caca de perros y gatos era superior a las naranjas, salía como un cohete con una batería de palabras de todos los calibres. Muchas madres decían que les zumbaban los oídos cada vez que sus hijos hacían alguna travesura. Me lo creo porque la mía decía tener constantemente un moscardón. Aún así todavía siento su cariño que me envía desde el cielo. Reciban un cordial saludo.