miércoles, enero 04, 2006

Los Hebreos Zapateros y Alberto el Latero 19/05/1998

LOS HEBREOS ZAPATEROS Y ALBERTO EL LATERO

Cuando el Rastro era el típico Zoco, donde se podía encontrar desde un tornillo usado hasta un burro lleno de mataduras  para su venta, conocí a un señor alto y fornido que era lañador  o latero. Esto último era y es como popularmente se conoce a las personas que desempeñan este oficio,  para muchos es humilde y para otros obra de arte. El único latero que había en el Rastro era él. Su taller, cuatro palos y una lona que servía de techo, lo tenía junto a la carbonería  que había junto a la muralla del colegio de Artes y Oficios o Tiro Nacional. Se llamaba Alberto y era el hebreo atípico que sin practicar del todo su religión parecía un doctor en las leyes de Moisés.  A pesar de  los pocos dientes, manchados debido al tabaco que masticaba,  poseía una sonrisa  tan agradable que inspiraba confianza y ternura hacia todo el mundo.   Mientras que las mujeres hacían la compra en los puestos de verduras y frutas cercanos, él se enfrascaba con su soldador, calentado en un anafe de carbón, en tapar con estaño los agujeros de las ollas y cazos que les dejaban para su arreglo. Siempre admiré su maestría con la tijera para cortar hojalata. Hacía verdaderos dibujos de lata. Sus manos, que parecían dos guantes de boxeo con las palmas abiertas, no le impedían hacer filigranas con toda clase de chapa. Era el típico artesano que lo mismo fabricaba un jarro para la leche espumosa que vendían los cabreros, ordeñando sus cabras de tetas gordas por las calles, que una olla para el cocido. Recuerdo a uno de estos cabreros con su sempiterna chaqueta de pana en invierno y blusón holgado en verano con boina de bisera reluciente de suciedad y una honda de cáñamo al cuello, fabricándonos tirachinas a  muchos niños de Ataque Seco y Monte María Cristina, tener en su rebaño una cabra a la que llamaba Mercedes que solo le ordeñaba una teta; decía que la otra, la que dejaba llena pasaba a la que se vaciaba después de su ordeñe, menudo guasón era nuestro amigo el cabrero con las cagarrutas de sus animales diciendo que eran aceitunas negras.  Ignoro si aún estarán entre nosotros ya que  por los cincuenta contarían el medio siglo. El hijo de Alberto, si es que  llega a leer éste periódico recordará a un niño moreno de pelo rizado, muy revoltoso, al que le gustaba lo llevase a coscoleta por todo el Rastro. Sus padres, desde niños, llegaron a conocer el resurgimiento del ensanche de Melilla. "... ¿Recuerdas Paco cuando vino Alfonso XIII a Melilla?, tendríamos nueve o diez años". Esta frase, o algo parecido, se la oí a Alberto, el latero, comentarla con mi padre, su amigo. Hoy a los ochenta y cinco años, leo en un periódico de la época, que para mi es una reliquia histórica, la crónica del día 7 de Mayo de 1911 en la que dice, entre otras cosas, que el Rey Don Alfonso XIII, a bordo del yate Giralda, atracó en el incipiente puerto de Melilla.
Junto al taller de Alberto había otros talleres, pero éstos eran de otra clase de artesanía, eran los hebreos zapateros. Las montañas de cubiertas de ruedas de coches junto a ellos, el olor del caucho y el humeante té sin colar mañanero de las 11, son un recuerdo para todo aquél que vivió Melilla con la intensidad de aquellos años. José era el que parecía ser el mejor zapatero de todos.  Aquellos zapatos remendados por los hebreos del Rastro, con sus medias suelas de goma de coche servían para correr, brincar, jugar al fútbol en el campo de las Pieles, allá por la carretera de Hidúm, cerca de los Patios Florido, Vera, Adán y otros, tenían el lógico inconveniente de cuando la glándula pituitaria, bastante relentizada por aquellos años, ordenaba el crecimiento de nuestros pequeños cuerpos con cuentagotas, quedarse chicos, pasaban a los hermanos menores o vecinos y amigos mas allegados y necesitados.  
Como el endurecimiento del alma es debido a la voluntad de olvidar los pasajes mas gloriosos y bonitos de nuestra vida, a mi me gusta no olvidar nada de lo ocurrido en mi niñez.  Mi padre  me comentaba hace años lo de un señor que tenía un hotel o pensión llamado Asia en el Polígono, sector medio urbanizado en aquellos años en la ciudad, bautizado así en recuerdo de su paso por el regimiento del mismo nombre.  También estuvo rotulada con el nombre de Asia una calle muy  nombrada en dicho barrio, y sin asegurarlo creo que puede ser una de las paralelas a la de Toledo, ambos nombres rotulados en honor de los varios regimientos que a finales de 1893  estuvieron destacados en nuestra ciudad y acampados en el mismo lugar.
Otro nombre que se comentaba  poco en Melilla era el río de la Olla, mas bien el llamado Barranco del Polígono, donde nuestros hebreos zapateros y Alberto el latero tenían situado sus negocios. Cuando la lluvia grita con fuerza en Melilla observaran que la calle Garcia Cabrelles es un verdadero río que desemboca en la Avenida, río que antiguamente era llamado de la Olla. Aquí si que me gustaría que alguien me dijera si su nombre es debido al parecido de olla que tiene su barranco. Deben disculpar que los ecos de mi niñez  y los de muchos niños melillenses de mediados de siglo los traiga a éstas páginas, ya que con ello sirven para despertar algunas sonrisas de buenos recuerdos, nuestros gloriosos recuerdos melillenses. Reciban un afectuoso saludo.