miércoles, enero 04, 2006

Pídola 19/05/1998

Hace unos días pude ver por televisión que en Barcelona existe una especie de exposición donde los niños aprenden a jugar a los mismos juegos que sus padres hacían en su niñez. Y como yo siempre llevo a flor de piel el niño que fui, por lo bien que lo pasé junto a amigos que aún conservo y también que en Melilla fue donde esos juegos, que los niños de Barcelona intentan aprender, los practiqué con toda la intensidad de un niño feliz. Mis recuerdos son nítidos y la memoria, hasta ahora, me obedece, recuerdo el juego de Pídola, Piola para nosotros que somos medio andaluces y le quitamos la "d" y queda, no tan fina, pero se amolda a nuestra idiosincracia. La de patadas que recibíamos en el culo y nalgas desnudas, por los pantalones cortos, cuando nos tocaba agacharnos para que saltasen los demás. Había veces que nada mas salir del colegio llegábamos saltando a Piola, con la cartera a cuesta, hasta nuestra casa. En la cartera llevábamos aparte de una enciclopedia, heredada de nuestros hermanos mayores, dos libretas, el plumier y todo lo que a un niño le gusta tener, desde una lagartija, un grillo o escarabajo vivo guardado en una caja de cerillas a una tuerca con su tornillo de hierro reluciente por el uso. El bocadillo, un bollo con aceite y azúcar, nos lo comíamos en nuestra casa con el café con leche de cabra que ordeñaba el cabrero en nuestra puerta esa misma tarde. Hoy con el walkman, la maquinita comecocos, el bollicao y la pequeña librería en las mochilas, sus pequeñas espaldas se resienten mas que las de nuestra generación. Cuando nos cansábamos, cosa rara, le dábamos al Pico, Zorro o Teine. Este juego tenía muy mala leche porque siempre eran los mayores quienes se subían encima de los pequeños y el que estaba de espalda a la pared engañaba como a un chino cambiando los dedos cuando los que estaban debajo acertaban, no había jueces, era la ley del mas fuerte, por supuesto la de los mayores. El Oñita, Oñate y Chocolate con los huesos de los albaricoques era con las bolas y un pequeño boquete en el suelo, siempre agachados, poniéndonos las rodillas llenas de barro y tan felices. También se podían ver a algunos niños, los menos, con un puñado de perras gordas y chicas jugando a ver quién metía mas monedas en esos boquetes. Vulgarmente se le denominaba jugar al vicio. Cada vez que veíamos a un pitejo, hombre que conducía el coche, tirado por caballos con plumas negras, de difuntos de Casa Calderón bajar por la Cañada (Castelar), decíamos:.. Oñita, Oñate y Chocolate. O sea que habían metido en el hoyo al que poco antes habían traído por Padre Lerchundy.

Quién no ha visto la figura de un niño corriendo y guiando un aro, o dando pisotones en el suelo para correr en un patín. Lamentablemente hoy en dia pocos niños saben guiar un aro por una escalera pero si que hacen virguerias con el monopatín. Con las chapas de las cervezas y gaseosas forradas de telas de distintos colores, a mi me las forraba con ganas o sin ellas, mi hermana Mari Sol, formábamos partidos de fútbol en las aceras, empujando las chapas con los dedos. Existían algunas que eran de las cervezas de importación, tan raras que no las forrábamos, siendo como un tesoro porque conseguirlas costaban mucho tiempo y cambios abusivos por parte de sus dueños, ésta era la ley de la oferta y la demanda. En aquellos años se podía ver a cualquier niño buscar furtivamente por los suelos de los bares las deseadas chapas. También se jugaba al: Vá, ...Dicho. Este juego consistía en dos pedazos de suela de goma de forma redonda que se lanzaban hasta que uno de los lanzadores lo hacía tan cerca que con su pequeña mano como medida de una cuarta llegaba al del contrario. Se pagaba la apuesta con unos billetes muy peculiares, eran simples papeles de envolver caramelos, ni mas ni menos. Los había de todas las clases, pero los que mas se cotizaban eran los de Logroño (Vda. de Solano), de café con leche y unos ingleses que costaban mucho separar los dientes cuando se masticaban. Esos envoltorios para nosotros eran como moneda de cambio, siendo las verdaderas muy difíciles de conseguir por aquellos años. Algunos de nosotros, a fuerza de implorar a nuestras madres , conseguíamos ir al cine. Gallinero en el Monumental o Nacional costaba 2´50 ptas., anfiteatro 3 ptas. y butaca un duro de los cabezones, y eso era demasiado para las escasas economías de nuestras familias. El Goya y el Alhambra costaban de dos a tres pesetas, pero las malas lenguas decían que había piojos. Un maestro nos decía que en los cines, en la función de tarde, se cogían bichos. No creo que fuese así, mas bien pienso que los piojos, en aquellos años, eran los dueños y señores de los colegios, como para el preso político el liberal Francisco Sanchez Barbero las pulgas eran los sabios de Melilla. El "zz" perfumado no existía aún y el que había era apestoso y te daban mareos. El alcohol mezclado con semilla machacada y macerada de chirimoya era el desinfectante mas corriente para eliminarlos. ¿De verdad creen que esa mezcla sirve para que los piojos se mueran y dejen de dar la lata?, yo lo dudo.
Era raro el niño que en verano no llevase una bolsa llena de huesos de albaricoques colgada a la cintura y en los bolsillos el trompo con su púa incrustada con estiércol y su correspondiente cuerda de colorines, el Va con los papeles y otra bolsa con las bolas de barro, las de cristal eran otro tesoro que costaban casi diez de las de barro. Estas eran tan baratas que con un pisotón se hacían pedazos. Habían niños que mamaron muy rápido de pequeños y la leche se les agrió, mas bien se les puso mala a los angelitos, no sabían jugar y apenas veían a otros hacerlo con las bolas llegaban y destruían el juego rompiendo a pisotones todas las bolas, pero esos eran los menos. Recuerdo que la gente mayor decía: ...Que joío por alma y feísimo es el niño ése, y que mala sombra tiene. Y realmente eran los mas feos y pelones. Lo de pelones casi siempre era por los habitantes del cuero cabelludo.
Los niños y jóvenes de hoy llaman colega, sin serlo, a cualquiera y tío a quien no es hermano de sus padres. Antes las palabras dedicadas a cualquier amigo o compañero de juegos eran chicuy o chavea, de esta última me viene la frase de: Chavea alza la pata y mea. La palabra chicuy, creo que es en Melilla donde nació, y me parece muy coloquial y amigable. La palabra tío tengo que decir que solo llamo así a los hermanos de mis padres y colega a las personas que tengo el placer de trabajar a su lado.
Todo esto lo cuento porque desearía recordasen conmigo la práctica de juegos sencillos que se hacían con cualquier cosa, ya fuesen envoltorios de caramelos, trozos de suelas de gomas o simples chapas de gaseosas. Yo creo que vale la pena ver las manos de un niño llenas de tierra jugando a introducir una bola en un boquete hecho en el suelo.