Toros y Regaera 19/05/1998
Yo no se si todo lo que escribo en estas páginas harán recordar a alguien los años de su niñez, solo pretendo arrancar alguna sonrisa nostálgica y cariñosa a los que éramos niños y niñas en los cincuenta y juventud en los sesenta. La gran mayoría éramos unos chavales disciplinados y respetuosos con los mayores, en aquellos años no se podía uno extralimitar en nada. Los juegos eran nuestra droga y le sacábamos todo el jugo que podíamos, a veces con el bollo de pan con aceite y azúcar en un bolsillo y el trompo en el otro del pantalón corto nos dábamos unas panzadas de jugar a la pelota o algo parecido al fútbol en cualquier lugar, ya fuera una bocacalle, plazoleta o el frontón del parque Lobera,. Ya imaginarán como quedaba el bolsillo donde guardábamos el bocadillo. Y todo era porque si se lo dábamos a alguno de los amigos para que te lo guardase, no duraba ni un minuto en sus manos. Había que jugar, correr y comer al mismo tiempo y si no podías te fastidiabas y el pantalón lo dejabas hecho una porquería, con la consiguiente bronca de tu madre y algún pellizco de tu hermana mayor que era la que casi siempre le tocaba lavartelo. Entonces no existía la tonta (lavadora), y había que hacerlo a mano en un lebrillo o pila en el patio con el jabón verde y el famoso azulete para darle blancura. Era como una especie de tiza azul de forma redonda que se envolvía en un trapo o pañuelo y con cuatro meneos al agua ya estaba lista la colada. Yo tenía un amigo que siempre que llegaba sucio a su casa, la madre le decía:" hijo mío eres mas guarro que la Chacha Andrea que se puso un clavel de plástico en la cabeza y le agarró", me consta que sólo era una frase, porque mi amigo no tenía chacha (llamese tía carnal o criada) que se llamase así y siempre fue un niño limpio, aún hoy se le ve bastante aseado y un poco elegantón.
Un día de Septiembre en que Melilla se vistió de feria y su plaza de toros se puso guapa para recibir a los toreros mas famosos de aquél tiempo me ocurrió una cosa, todo lo contrario a lo comentado antes. Toda mi ropa se lavó con agua procedente de la aguada del río Oro, que era donde mi padre repostó la regadera que conducía aquél día. Como sabrán las regaderas o camiones de bomberos tienen un depósito con varios compartimentos que se comunican entre si y una o dos portezuelas con sus tapaderas por donde se carga el agua. Aquél día mi padre, después de que yo le diera mucho tostón queriendo que me llevase a los toros, me citó a las cuatro y media de la tarde en la puerta de la plaza que hay junto a la Gota de Leche. A la hora y sitio convenido yo estaba esperando con toda la ilusión de niño bueno a que mi padre apareciera conduciendo su gran regadera colorada Chevrolet y junto a él el ayudante que siempre le asignaban, y me van a permitir omitir su nombre por si se enfada, aunque él sabe que lo comento con todo mi cariño y la amistad y respeto que siempre le guardó a mi padre, su amigo.
Cuando mi padre paró la regadera para que le abriesen las puertas y el ayudante me vio todo pasó en un instante, abrió su puerta, se puso de un salto en el pasillo de las mangueras que rodea el depósito y alzándome por los brazos como a un pelele abrió una tapadera y ¡hala!, de pie me metió en él, menos mal que no lo cerró. Mi padre, ajeno a todo y creyendo que yo no había ido porque pensaba que me daba vergüenza que me colase gratis a los toros sin entender ni un cuerno de idem alguno, cuando los únicos que había visto eran los de las cabras que pasaban a diario por mi calle, mete la marcha y aparca la regadera junto al camión gris que transportaba la carne por Melilla. Nada mas bajar del coche y hincándose un Montecristo de un palmo en la boca y si encender aún, ve mi cabeza toda mojada con los ojos alegres y risueños y diciéndole algo parecido a: "...eh papa, que estoy aquí. Aquello era una aventura para mi, que un señor mayor, todo serio, amigo y compañero de mi padre me introdujera vestido de domingo, porque eso si, iba hecho un cromo, mi madre me había puesto como un San Luis, con mi pantalón blanco, una camisa de marinero de las que tienen cordones en vez de botones y las botas de cuero de color marrón recién limpias en la esquina del Ajuar en la Avenida, acodado al pretíl del depósito y mi cuerpo dando bandazos con el agua sin pensar que si me suelto y caigo en el interior quizá no estuviese escribiendo ésta anécdota. No recuerdo si yo contaba diez u once años, lo que si es que ya había hecho la comunión, si no mi madre no me hubiese dejado ir solo, decía, siempre que le pedía ir con los amigos al centro, que cuando hiciera la comunión podría incluso ir hasta el parque Hernandez, lo que sí había que sumarle cuarenta y dos que eran los que mi padre me llevaba en edad. Bueno pues con cincuenta y mas años mi padre dio un salto al depósito de agua que muchos saltadores quisieran hacer en cualquier olimpiada. Me sacó de un tirón como si fuese un muñeco mojado. No se que pudo ocurrirle en los brazos para que me subieran como una pluma siendo mi peso el de un niño fuertote y sano. Me imagino que la adrenalina y el susto que se llevó hicieron que su cuerpo, por un momento, multiplicara sus fuerzas por diez Las explicaciones que le daba su ayudante no le valían en absoluto, éste le decía que, ... como hacía calor y para ahorrarse la entrada del niño, me metió a que me remojase en el depósito de agua. Amigo ayudante de mi padre, sólo le pregunté una vez el motivo de aquella hazaña, me daba como reparo, me parecía que lo humillaba y nada mas lejos de ello, sé también que su arrepentimiento fue en el acto y que deseó ocupar mi sitio en el depósito para despejarse de los pocos vapores etílicos y también que siempre me tuvo el cariño de un padre, pero no deja de tener su gracia pasada por agua. Desde aquí, si es que me lee, se lo vuelvo a repetir, fue una gran gozada, pero muy peligrosa. Reciba un abrazo con todo mi cariño.
Juan Jesús Aranda López
Un día de Septiembre en que Melilla se vistió de feria y su plaza de toros se puso guapa para recibir a los toreros mas famosos de aquél tiempo me ocurrió una cosa, todo lo contrario a lo comentado antes. Toda mi ropa se lavó con agua procedente de la aguada del río Oro, que era donde mi padre repostó la regadera que conducía aquél día. Como sabrán las regaderas o camiones de bomberos tienen un depósito con varios compartimentos que se comunican entre si y una o dos portezuelas con sus tapaderas por donde se carga el agua. Aquél día mi padre, después de que yo le diera mucho tostón queriendo que me llevase a los toros, me citó a las cuatro y media de la tarde en la puerta de la plaza que hay junto a la Gota de Leche. A la hora y sitio convenido yo estaba esperando con toda la ilusión de niño bueno a que mi padre apareciera conduciendo su gran regadera colorada Chevrolet y junto a él el ayudante que siempre le asignaban, y me van a permitir omitir su nombre por si se enfada, aunque él sabe que lo comento con todo mi cariño y la amistad y respeto que siempre le guardó a mi padre, su amigo.
Cuando mi padre paró la regadera para que le abriesen las puertas y el ayudante me vio todo pasó en un instante, abrió su puerta, se puso de un salto en el pasillo de las mangueras que rodea el depósito y alzándome por los brazos como a un pelele abrió una tapadera y ¡hala!, de pie me metió en él, menos mal que no lo cerró. Mi padre, ajeno a todo y creyendo que yo no había ido porque pensaba que me daba vergüenza que me colase gratis a los toros sin entender ni un cuerno de idem alguno, cuando los únicos que había visto eran los de las cabras que pasaban a diario por mi calle, mete la marcha y aparca la regadera junto al camión gris que transportaba la carne por Melilla. Nada mas bajar del coche y hincándose un Montecristo de un palmo en la boca y si encender aún, ve mi cabeza toda mojada con los ojos alegres y risueños y diciéndole algo parecido a: "...eh papa, que estoy aquí. Aquello era una aventura para mi, que un señor mayor, todo serio, amigo y compañero de mi padre me introdujera vestido de domingo, porque eso si, iba hecho un cromo, mi madre me había puesto como un San Luis, con mi pantalón blanco, una camisa de marinero de las que tienen cordones en vez de botones y las botas de cuero de color marrón recién limpias en la esquina del Ajuar en la Avenida, acodado al pretíl del depósito y mi cuerpo dando bandazos con el agua sin pensar que si me suelto y caigo en el interior quizá no estuviese escribiendo ésta anécdota. No recuerdo si yo contaba diez u once años, lo que si es que ya había hecho la comunión, si no mi madre no me hubiese dejado ir solo, decía, siempre que le pedía ir con los amigos al centro, que cuando hiciera la comunión podría incluso ir hasta el parque Hernandez, lo que sí había que sumarle cuarenta y dos que eran los que mi padre me llevaba en edad. Bueno pues con cincuenta y mas años mi padre dio un salto al depósito de agua que muchos saltadores quisieran hacer en cualquier olimpiada. Me sacó de un tirón como si fuese un muñeco mojado. No se que pudo ocurrirle en los brazos para que me subieran como una pluma siendo mi peso el de un niño fuertote y sano. Me imagino que la adrenalina y el susto que se llevó hicieron que su cuerpo, por un momento, multiplicara sus fuerzas por diez Las explicaciones que le daba su ayudante no le valían en absoluto, éste le decía que, ... como hacía calor y para ahorrarse la entrada del niño, me metió a que me remojase en el depósito de agua. Amigo ayudante de mi padre, sólo le pregunté una vez el motivo de aquella hazaña, me daba como reparo, me parecía que lo humillaba y nada mas lejos de ello, sé también que su arrepentimiento fue en el acto y que deseó ocupar mi sitio en el depósito para despejarse de los pocos vapores etílicos y también que siempre me tuvo el cariño de un padre, pero no deja de tener su gracia pasada por agua. Desde aquí, si es que me lee, se lo vuelvo a repetir, fue una gran gozada, pero muy peligrosa. Reciba un abrazo con todo mi cariño.
Juan Jesús Aranda López
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