Prensa 1 Octubre 1993
Malaga Octubre 1993
Se¤ora Directora del Melilla Hoy:
Yo no se como agradecerle esta oportunidad que me brinda
desde esta tribuna de su peri¢dico que tan dignamente dirige.
Desde que era ni¤o con la mirada limpia y ve¡a la lluvia
caer en Melilla, Don Domingo Perez Mor n, mi maestro, nos dec¡a
que era el llanto del cielo y que las estrellas se mojaban.
Para algunos les sonar a cursilada, y yo les dir¡a que en estos
tiempos que corren, vivan las cursiladas como ‚sas. Creo que no
es un sue¤o romantico decir que Melilla, la ciudad que me vi¢
nacer, es un diamante espa¤ol que brilla en el Gurug£, monta¤a
‚sta que fu‚ testigo de tantas batallas in£tiles. En la d‚cada de
los cincuenta y princ¡pios de los sesenta, Melilla era una ciudad
acogedora y para algunos capital de provincia, por la afluencia
de gente de la zona del Protectorado. Por esas fechas una de las
peculiaridades que siempre recuerdo con cari¤o, como todas las
cosas bonitas que nos ocurren en la ni¤ez y primera juventud, era
la Avenida, nuestra Avenida, se llame del General¡simo, Juan
Carlos Rey o del abuelo de ‚ste, Don Alfonso XIII. sta arteria
de la ciudad era el centro de reuni¢n de toda la juventud a la
salida del cine, la movida como se dice hoy. Los guateques
caseros eran otra cosa mas seria, por lo de los escopeteros,
hermanos peque¤os que hac¡an de verdaderos guardianes, algunos se
dejaban comprar con cualquier bagatela o moneda de 2'50 pesetas,
pero otros guardaban la "honra" (beso robado a su hermana) mucho
mejor que ella. Hab¡a quien pod¡a tomarse unas ca¤as de cerveza
en los Caracoles de la calle Garcia Cabrelles, con cuidado de que
el camarero rubio, hombre que nunca perd¡a la sonrisa, no se
diera cuenta de que eras un quincea¤ero, se las tomaba. En la
Flor de Melilla los bocadillos no eran caros, pero si ibas
acompa¤ado de alguna amiga con su correspondiente vecina con
calcetines blancos, prenda obligada de la escopetera, mejor era
ni mencionar el hambre que ten¡as, y esperar a llegar a casa que
era mas cantidad y desde luego mas barato, porque sal¡as de all¡
mas tieso que una mojama. Pero si no ten¡as un duro, sana
costumbre en casi todos, lo que hac¡amos con un cachondeo sano,
propio de la edad, era pasear por una acera desde la Plaza de
Espa¤a hasta la Pilarica, la frontera del paseo. Cruzando la
calle, £nico sitio donde circulaban los coches, Arturo Reyes o
Abdelkader Ben El Hach Tieb, Castelar y Avenida, nos pasabamos a
la Levantina y as¡ hasta ver de cerca, otra vez, al soldado que
mas guardias e imaginarias ha hecho en Melilla. Esperemos que ‚se
soldado con su salacot e impedimenta de campa¤a siga de guardia
en Melilla por siempre, y no tenga que derramar ninguna l grima
de pena por la p¢litica de entreguismo que tienen algunos pesos
pesados del entramado politico nacional e internacional. Muchos
matrimonios que hoy son abuelos, sus balbuceos amorosos empezaron
en esa calle tan llena de vida y de edificios que son la envidia
de arquitectos.
Este poema va dedicado a mi generaci¢n, la del silencio
pol¡tico, y s‚ que muchos de ellos, cuando lean estas l¡neas, se
les encenderan las lucecitas de nuestra ni¤ez:
Š
La Avenida tiene un encanto
que las muchachas lucen.
El paseo es obligado
en la tarde del domingo.
Los coches no pasan,
la vigilancia militar
observa quieta.
Y mientras, ellas,
se saludan cien veces
hasta el toque de retreta.
Mucha gente no entender este poema cuando digo que ellas,
las muchachas, se saludaban cien veces hasta el toque de retreta.
Para que me entiendan les dir‚ que las autoridades municipales de
aquellos a¤os, cerraban al tr fico rodado la parte de la Avenida
que comprende desde el caf‚ Canarias y Banco Espa¤ol de Cr‚dito
hasta la ferreteria de Cabanillas y muebles El Ajuar. A las cinco
de la tarde ya se pod¡a pasear por la calzada, habiendo muchachas
y muchachos que se tiraban dos y mas horas dandose paseos arriba
y abajo. Y cada vez que nos cruzabamos, y eran muchas en esas
horas: "aDios Pepi, aDios Andr‚s". Por eso lo de saludarse cien
veces hasta el toque de retreta, llamada militar que sonaba, y
sonar , sin duda en todos los cuarteles a las nueve de la noche,
con las consiguientes carreras de soldados hacia los mismos,
huyendo de ‚sa vigilancia militar, por lo tarde que pod¡an llegar
a sus unidades y el consiguiente arresto que se les impon¡an, sin
ser ‚ste severo.
A toda esa generaci¢n, que es la mia y de muchos melillenses
con mi simpat¡a y cari¤o mas sincero.
Se¤ora Directora del Melilla Hoy:
Yo no se como agradecerle esta oportunidad que me brinda
desde esta tribuna de su peri¢dico que tan dignamente dirige.
Desde que era ni¤o con la mirada limpia y ve¡a la lluvia
caer en Melilla, Don Domingo Perez Mor n, mi maestro, nos dec¡a
que era el llanto del cielo y que las estrellas se mojaban.
Para algunos les sonar a cursilada, y yo les dir¡a que en estos
tiempos que corren, vivan las cursiladas como ‚sas. Creo que no
es un sue¤o romantico decir que Melilla, la ciudad que me vi¢
nacer, es un diamante espa¤ol que brilla en el Gurug£, monta¤a
‚sta que fu‚ testigo de tantas batallas in£tiles. En la d‚cada de
los cincuenta y princ¡pios de los sesenta, Melilla era una ciudad
acogedora y para algunos capital de provincia, por la afluencia
de gente de la zona del Protectorado. Por esas fechas una de las
peculiaridades que siempre recuerdo con cari¤o, como todas las
cosas bonitas que nos ocurren en la ni¤ez y primera juventud, era
la Avenida, nuestra Avenida, se llame del General¡simo, Juan
Carlos Rey o del abuelo de ‚ste, Don Alfonso XIII. sta arteria
de la ciudad era el centro de reuni¢n de toda la juventud a la
salida del cine, la movida como se dice hoy. Los guateques
caseros eran otra cosa mas seria, por lo de los escopeteros,
hermanos peque¤os que hac¡an de verdaderos guardianes, algunos se
dejaban comprar con cualquier bagatela o moneda de 2'50 pesetas,
pero otros guardaban la "honra" (beso robado a su hermana) mucho
mejor que ella. Hab¡a quien pod¡a tomarse unas ca¤as de cerveza
en los Caracoles de la calle Garcia Cabrelles, con cuidado de que
el camarero rubio, hombre que nunca perd¡a la sonrisa, no se
diera cuenta de que eras un quincea¤ero, se las tomaba. En la
Flor de Melilla los bocadillos no eran caros, pero si ibas
acompa¤ado de alguna amiga con su correspondiente vecina con
calcetines blancos, prenda obligada de la escopetera, mejor era
ni mencionar el hambre que ten¡as, y esperar a llegar a casa que
era mas cantidad y desde luego mas barato, porque sal¡as de all¡
mas tieso que una mojama. Pero si no ten¡as un duro, sana
costumbre en casi todos, lo que hac¡amos con un cachondeo sano,
propio de la edad, era pasear por una acera desde la Plaza de
Espa¤a hasta la Pilarica, la frontera del paseo. Cruzando la
calle, £nico sitio donde circulaban los coches, Arturo Reyes o
Abdelkader Ben El Hach Tieb, Castelar y Avenida, nos pasabamos a
la Levantina y as¡ hasta ver de cerca, otra vez, al soldado que
mas guardias e imaginarias ha hecho en Melilla. Esperemos que ‚se
soldado con su salacot e impedimenta de campa¤a siga de guardia
en Melilla por siempre, y no tenga que derramar ninguna l grima
de pena por la p¢litica de entreguismo que tienen algunos pesos
pesados del entramado politico nacional e internacional. Muchos
matrimonios que hoy son abuelos, sus balbuceos amorosos empezaron
en esa calle tan llena de vida y de edificios que son la envidia
de arquitectos.
Este poema va dedicado a mi generaci¢n, la del silencio
pol¡tico, y s‚ que muchos de ellos, cuando lean estas l¡neas, se
les encenderan las lucecitas de nuestra ni¤ez:
Š
La Avenida tiene un encanto
que las muchachas lucen.
El paseo es obligado
en la tarde del domingo.
Los coches no pasan,
la vigilancia militar
observa quieta.
Y mientras, ellas,
se saludan cien veces
hasta el toque de retreta.
Mucha gente no entender este poema cuando digo que ellas,
las muchachas, se saludaban cien veces hasta el toque de retreta.
Para que me entiendan les dir‚ que las autoridades municipales de
aquellos a¤os, cerraban al tr fico rodado la parte de la Avenida
que comprende desde el caf‚ Canarias y Banco Espa¤ol de Cr‚dito
hasta la ferreteria de Cabanillas y muebles El Ajuar. A las cinco
de la tarde ya se pod¡a pasear por la calzada, habiendo muchachas
y muchachos que se tiraban dos y mas horas dandose paseos arriba
y abajo. Y cada vez que nos cruzabamos, y eran muchas en esas
horas: "aDios Pepi, aDios Andr‚s". Por eso lo de saludarse cien
veces hasta el toque de retreta, llamada militar que sonaba, y
sonar , sin duda en todos los cuarteles a las nueve de la noche,
con las consiguientes carreras de soldados hacia los mismos,
huyendo de ‚sa vigilancia militar, por lo tarde que pod¡an llegar
a sus unidades y el consiguiente arresto que se les impon¡an, sin
ser ‚ste severo.
A toda esa generaci¢n, que es la mia y de muchos melillenses
con mi simpat¡a y cari¤o mas sincero.
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home