domingo, enero 08, 2006

Prensa 1 Octubre 1993

Malaga Octubre 1993

Se¤ora Directora del Melilla Hoy:
Yo no se como agradecerle esta oportunidad que me brinda 
desde esta tribuna de su peri¢dico que tan dignamente dirige. 
Desde que era ni¤o con la mirada limpia y ve¡a la lluvia 
caer en Melilla, Don Domingo Perez Mor n, mi maestro, nos dec¡a 
que era el llanto del cielo y que las estrellas se mojaban. 
Para algunos les sonar  a cursilada, y yo les dir¡a que en estos 
tiempos que corren, vivan las cursiladas como ‚sas. Creo que no 
es un sue¤o romantico decir que Melilla, la ciudad que me vi¢ 
nacer, es un diamante espa¤ol que brilla en el Gurug£, monta¤a 
‚sta que fu‚ testigo de tantas batallas in£tiles. En la d‚cada de 
los cincuenta y princ¡pios de los sesenta, Melilla era una ciudad 
acogedora y para algunos capital de provincia, por la afluencia 
de gente de la zona del Protectorado. Por esas fechas una de las 
peculiaridades que siempre recuerdo con cari¤o, como todas las 
cosas bonitas que nos ocurren en la ni¤ez y primera juventud, era 
la Avenida, nuestra Avenida, se llame del General¡simo, Juan 
Carlos Rey o del abuelo de ‚ste, Don Alfonso XIII. sta arteria 
de la ciudad era el centro de reuni¢n de toda la juventud a la 
salida del cine, la movida como se dice hoy. Los guateques 
caseros eran otra cosa mas seria, por lo de los escopeteros, 
hermanos peque¤os que hac¡an de verdaderos guardianes, algunos se 
dejaban comprar con cualquier bagatela o moneda de 2'50 pesetas, 
pero otros guardaban la "honra" (beso robado a su hermana) mucho 
mejor que ella. Hab¡a quien pod¡a tomarse unas ca¤as de cerveza 
en los Caracoles de la calle Garcia Cabrelles, con cuidado de que 
el camarero rubio, hombre que nunca perd¡a la sonrisa, no se 
diera cuenta de que eras un quincea¤ero, se las tomaba. En la 
Flor de Melilla los bocadillos no eran caros, pero si ibas 
acompa¤ado de alguna amiga con su correspondiente vecina con 
calcetines blancos, prenda obligada de la escopetera, mejor era 
ni mencionar el hambre que ten¡as, y esperar a llegar a casa que 
era mas cantidad y desde luego mas barato, porque sal¡as de all¡ 
mas tieso que una mojama. Pero si no ten¡as un duro, sana 
costumbre en casi todos, lo que hac¡amos con un cachondeo sano, 
propio de la edad, era pasear por una acera desde la Plaza de 
Espa¤a hasta la Pilarica, la frontera del paseo. Cruzando la 
calle, £nico sitio donde circulaban los coches, Arturo Reyes o 
Abdelkader Ben El Hach Tieb, Castelar y Avenida, nos pasabamos a 
la Levantina y as¡ hasta ver de cerca, otra vez, al soldado que 
mas guardias e imaginarias ha hecho en Melilla. Esperemos que ‚se 
soldado con su salacot e impedimenta de campa¤a siga de guardia 
en Melilla por siempre, y no tenga que derramar ninguna l grima 
de pena por la p¢litica de entreguismo que tienen algunos pesos 
pesados del entramado politico nacional e internacional. Muchos 
matrimonios que hoy son abuelos, sus balbuceos amorosos empezaron 
en esa calle tan llena de vida y de edificios que son la envidia 
de arquitectos.
Este poema va dedicado a mi generaci¢n, la del silencio 
pol¡tico, y s‚ que muchos de ellos, cuando lean estas l¡neas, se 
les encenderan las lucecitas de nuestra ni¤ez:

Š
La Avenida tiene un encanto
que las muchachas lucen.
El paseo es obligado
en la tarde del domingo.
Los coches no pasan,
la vigilancia militar
observa quieta.
Y mientras, ellas,
se saludan cien veces
hasta el toque de retreta.

Mucha gente no entender  este poema cuando digo que ellas, 
las muchachas, se saludaban cien veces hasta el toque de retreta. 
Para que me entiendan les dir‚ que las autoridades municipales de 
aquellos a¤os, cerraban al tr fico rodado la parte de la Avenida 
que comprende desde el caf‚ Canarias y Banco Espa¤ol de Cr‚dito 
hasta la ferreteria de Cabanillas y muebles El Ajuar. A las cinco 
de la tarde ya se pod¡a pasear por la calzada, habiendo muchachas 
y muchachos que se tiraban dos y mas horas dandose paseos arriba 
y abajo. Y cada vez que nos cruzabamos, y eran muchas en esas 
horas: "aDios Pepi, aDios Andr‚s". Por eso lo de saludarse cien 
veces hasta el toque de retreta, llamada militar que sonaba, y 
sonar , sin duda en todos los cuarteles a las nueve de la noche, 
con las consiguientes carreras de soldados hacia los mismos, 
huyendo de ‚sa vigilancia militar, por lo tarde que pod¡an llegar 
a sus unidades y el consiguiente arresto que se les impon¡an, sin 
ser ‚ste severo.
A toda esa generaci¢n, que es la mia y de muchos melillenses 
con mi simpat¡a y cari¤o mas sincero.