Prensa 3 19/05/1998
Yo no se como estar de limpia Melilla en estos tiempos que
corren, lo que si les puedo asegurar, y muchos que nacimos en los
cuarenta, es que la ciudad, en los cincuenta era una de las mas
bonitas y limpias de Espa¤a. El ca¤¢n de las doce con su
estropajo volando por el cielo de Ataque Seco era una de las
atracciones de los ni¤os de Castell¢n y Duque de la Torre. A
prop¢sito de ‚sta calle, me gustar¡a que alguien del
Ayuntamiento, por medio de ‚ste peri¢dico, dijera en que fecha
rotularon ‚sta con el de Teruel, nombre que siempre he conocido,
y lo mas parad¢gico, es que a esa misma calle siempre se le ha
llamado calle Duque, o sea, ni Teruel ni el del propio General
Serrano (Duque de la Torre). Me imagino que como el dia 6 de
Enero de 1848, ‚ste general, bastante amigo de Isabel II, ocup¢
las Chafarinas, Melilla le dedicara esa calle rotulandola con uno
de sus titulos nobiliarios, aunque tambi‚n lo era de la Victoria.
Recuerdo que en verano, meses de est¡o, ba¤os y fiestas de
barrios, con su Jua ardiendo, circulaban por ‚stas calles
vendedores y cambistas de ropa y muebles viejos por ollas y
coladores nuevos, coladores que tardaban en romperse nada mas
colar tres o cuatro vasos de caf‚, y las ollas, a los dos potajes
que se hicieran en ‚lla, hab¡a que darsela al latero callejero.
Tambi‚n hab¡an dos personajes muy peculiares, los cuales, cada
vez que como un helado o un caramelo pegajoso, de los que se
pegan al cielo de la boca y cuesta trabajo tragartelo, los
recuerdo con simpat¡a. Uno de ellos, el de la ca¤ad£, aparte del
caramelo pringoso pegado a un palo (arrop¡a), ‚ste a£n mas
pringoso, tengo que decir que vend¡a ca¤as de azucar troceadas,
cortandolas con una navaja, que mas bien parec¡a un corta u¤as,
que apenas se le ve¡a en sus mugrientas manos. Nunca supe su
nombre, era de una estatura media y complexi¢n fuerte, las ca¤as
de azucar pesan lo suyo si las llevas a cuestas durante varias
horas, con gorra de visera de los felices veinte, y creo que esa
misma gorra la conservaba desde entonces. El cargamento et¡lico
siempre lo llevaba a tope. El bar Cruz de la calle Margallo y la
bodega Madrid eran sus zonas de aprovisionamiento, creo que su
cosecha se la bebi¢ enterita por aquellos felices a¤os.
El de los helados era un se¤or spero y con cara de pocos
amigos. La limpieza era su lema, cambiaba el agua de enjuagar los
moldes en varias casas de su recorrido. A los ni¤os churretosos
los martirizaba con el trapo mojado restregandoselo en la cara
diciendo: "El que nace lech¢n, muere cochino". Una forma muy
refranera de llamar guarro al n¤o y descuidada a la madre. Cuando
se le ve¡a aparecer por los eucaliptos del Cementerio, los
"mocosos" se escond¡an huyendo de los restregones, y los
"limpios" se le acercaban con una humildad propia de angeles, a
veces con el esfinter a punto de abrirse. Ten¡a mucha tela el
dichoso heladero. Cuando sonre¡a se le pod¡a ver una dentadura
deteriorada que pocas veces ense¤aba, por eso casi nunca re¡a.
Tambi‚n hab¡a que comprenderlo, no creo que tuviera ganas de
bromear con los ni¤os juguetones de la calle Castell¢n, despu‚s
de arrastrar el carro varios kil¢metros a pleno sol y a una hora,
de tres a cuatro de la tarde que en Melilla, el rubio Lorenzo
pega de justicia. Lo que si es cierto, y todos los ni¤os de
aquella ‚poca pondr¡amos las manos en el fuego, es que sisaba en
los moldes de los helados. Para nosotros, eso era una Šmonstruosidad, provocando las protestas lloronas de toda la
ni¤eria. Y si alguno se le ocurr¡a decirle que no estaba de
acuerdo con la porci¢n de helado que pon¡a en el molde, el muy
ladino, de un manotazo te lo quitaba, te pon¡a mas cantidad y ya
pod¡as despedirte de comprarle un helado durante ese verano,
porque ibas listo, ten¡as que mandar a un amigo, con la
consiguiente merma de los lametones que le daba por el mandado,
claro est .
Del carrito tiraba
el tio de los helados,
otro vendia ca¤ad£,
a gorda el cacho.
En la calle Castell¢n
los ni¤os corriamos
con tres gordas en la mano, y
! Mariquita el £ltimo !.
El de los helados
era serio y rob¢n,
el de la ca¤ad£,
borracho y respond¢n.
Juan Jesus Aranda Lopez
corren, lo que si les puedo asegurar, y muchos que nacimos en los
cuarenta, es que la ciudad, en los cincuenta era una de las mas
bonitas y limpias de Espa¤a. El ca¤¢n de las doce con su
estropajo volando por el cielo de Ataque Seco era una de las
atracciones de los ni¤os de Castell¢n y Duque de la Torre. A
prop¢sito de ‚sta calle, me gustar¡a que alguien del
Ayuntamiento, por medio de ‚ste peri¢dico, dijera en que fecha
rotularon ‚sta con el de Teruel, nombre que siempre he conocido,
y lo mas parad¢gico, es que a esa misma calle siempre se le ha
llamado calle Duque, o sea, ni Teruel ni el del propio General
Serrano (Duque de la Torre). Me imagino que como el dia 6 de
Enero de 1848, ‚ste general, bastante amigo de Isabel II, ocup¢
las Chafarinas, Melilla le dedicara esa calle rotulandola con uno
de sus titulos nobiliarios, aunque tambi‚n lo era de la Victoria.
Recuerdo que en verano, meses de est¡o, ba¤os y fiestas de
barrios, con su Jua ardiendo, circulaban por ‚stas calles
vendedores y cambistas de ropa y muebles viejos por ollas y
coladores nuevos, coladores que tardaban en romperse nada mas
colar tres o cuatro vasos de caf‚, y las ollas, a los dos potajes
que se hicieran en ‚lla, hab¡a que darsela al latero callejero.
Tambi‚n hab¡an dos personajes muy peculiares, los cuales, cada
vez que como un helado o un caramelo pegajoso, de los que se
pegan al cielo de la boca y cuesta trabajo tragartelo, los
recuerdo con simpat¡a. Uno de ellos, el de la ca¤ad£, aparte del
caramelo pringoso pegado a un palo (arrop¡a), ‚ste a£n mas
pringoso, tengo que decir que vend¡a ca¤as de azucar troceadas,
cortandolas con una navaja, que mas bien parec¡a un corta u¤as,
que apenas se le ve¡a en sus mugrientas manos. Nunca supe su
nombre, era de una estatura media y complexi¢n fuerte, las ca¤as
de azucar pesan lo suyo si las llevas a cuestas durante varias
horas, con gorra de visera de los felices veinte, y creo que esa
misma gorra la conservaba desde entonces. El cargamento et¡lico
siempre lo llevaba a tope. El bar Cruz de la calle Margallo y la
bodega Madrid eran sus zonas de aprovisionamiento, creo que su
cosecha se la bebi¢ enterita por aquellos felices a¤os.
El de los helados era un se¤or spero y con cara de pocos
amigos. La limpieza era su lema, cambiaba el agua de enjuagar los
moldes en varias casas de su recorrido. A los ni¤os churretosos
los martirizaba con el trapo mojado restregandoselo en la cara
diciendo: "El que nace lech¢n, muere cochino". Una forma muy
refranera de llamar guarro al n¤o y descuidada a la madre. Cuando
se le ve¡a aparecer por los eucaliptos del Cementerio, los
"mocosos" se escond¡an huyendo de los restregones, y los
"limpios" se le acercaban con una humildad propia de angeles, a
veces con el esfinter a punto de abrirse. Ten¡a mucha tela el
dichoso heladero. Cuando sonre¡a se le pod¡a ver una dentadura
deteriorada que pocas veces ense¤aba, por eso casi nunca re¡a.
Tambi‚n hab¡a que comprenderlo, no creo que tuviera ganas de
bromear con los ni¤os juguetones de la calle Castell¢n, despu‚s
de arrastrar el carro varios kil¢metros a pleno sol y a una hora,
de tres a cuatro de la tarde que en Melilla, el rubio Lorenzo
pega de justicia. Lo que si es cierto, y todos los ni¤os de
aquella ‚poca pondr¡amos las manos en el fuego, es que sisaba en
los moldes de los helados. Para nosotros, eso era una Šmonstruosidad, provocando las protestas lloronas de toda la
ni¤eria. Y si alguno se le ocurr¡a decirle que no estaba de
acuerdo con la porci¢n de helado que pon¡a en el molde, el muy
ladino, de un manotazo te lo quitaba, te pon¡a mas cantidad y ya
pod¡as despedirte de comprarle un helado durante ese verano,
porque ibas listo, ten¡as que mandar a un amigo, con la
consiguiente merma de los lametones que le daba por el mandado,
claro est .
Del carrito tiraba
el tio de los helados,
otro vendia ca¤ad£,
a gorda el cacho.
En la calle Castell¢n
los ni¤os corriamos
con tres gordas en la mano, y
! Mariquita el £ltimo !.
El de los helados
era serio y rob¢n,
el de la ca¤ad£,
borracho y respond¢n.
Juan Jesus Aranda Lopez
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